por Roberto Cachanosky
Roberto Cachanosky es Profesor titular de Economía Aplicada en el Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica en el Master de Economía y Administración de CEYCE, y Columnista de temas económicos en el diario La Nación (Argentina).
La miseria que hoy volvemos a ver en la Argentina es consecuencia directa de la soberbia, la incapacidad y el espíritu de venganza de los Kirchner.
El problema de la pobreza está nuevamente sobre la mesa y algunos se preguntan cómo es posible que, luego de haber crecido durante 5 años a tasas chinas, volvamos a tener niveles de pobreza similares a los de la crisis del 2002. Para responder a este interrogante lo primero que hay que tener en cuenta es que Argentina no creció a tasas chinas durante 5 años, sino que tuvo una reactivación artificial en base a drogar la economía con una serie de distorsiones que, por un tiempo, generaron la ilusión del crecimiento a tasas chinas y reducción de la pobreza. Puesto en otras palabras, hoy estamos como el drogadicto después que le pasa el efecto de la droga: peor que antes de drogarse. De manera que, terminada la ficción, resurge la pobreza.
Hubo varios elementos que generaron la ilusión del crecimiento y el descenso de la pobreza. En primer lugar, con la devaluación del 2002 lo que se hizo fue licuar el gasto público en salarios y jubilaciones y se les dio a los productores locales un tipo de cambio alto que los protegía de la competencia externa. Se le entregaba un mercado chico para ellos solos. A esto hay que agregarle que, durante algunos años, disfrutaron de energía barata. Con costos de mano de obra bajos y energía artificialmente económica, la rentabilidad aumentó y se puso en funcionamiento el stock de capital que estaba paralizado por la recesión. No hacía falta hacer grandes inversiones para producir, solo era necesario pasarle el plumero a las máquinas que estaban paradas.
El segundo elemento que influyó en la reactivación fue la desconfianza en el sistema financiero, luego del corralito y el corralón, que hizo que mucha gente invirtiera en ladrillos reactivando la industria de la construcción aprovechando que el precio del metro cubierto de construcción era muy bajo medido en dólares.
Un tercer elemento vino del exterior con precios de commodities que tuvieron constantes alzas, así el sector agropecuario se encontró con un mejor tipo de cambio (a pesar de las retenciones que se establecieron en el 2002) y precios que superaban ampliamente los niveles de los 90.
Un cuarto elemento consistió en que el tipo de cambio alto hizo que Argentina fuera barata en dólares y el turismo receptivo se transformara en otro factor de dinamización de la economía.
El campo, la construcción, el turismo y el mercado interno para el sector industrial podían contratar más mano de obra porque era barata y esto hizo disminuir la tasa de desocupación.
Otro de los elementos que influyó para generar una sensación de bienestar económico fue el congelamiento de las tarifas de servicios públicos durante varios años. La gente podía acceder a energía, gas, transporte público, comunicaciones a precios artificialmente bajos.
A medida que las empresas iban recuperando rentabilidad gracias a los factores antes mencionados, el Estado empezó a otorgar incrementos de salarios. La famosa redistribución del ingreso. El salario empezó a ser menos barato a costa de una rentabilidad que todavía seguía siendo alta.
Pero el modelo tenía la semilla de su autodestrucción. Por un lado, el famoso tipo de cambio competitivo se financiaba con el impuesto inflacionario y, por otro, el fenomenal aumento del gasto público fue exigiendo una mayor presión impositiva hasta llevarla a niveles que ahogaron la actividad económica.
Parte del bienestar transitorio de la población se financió con consumo de capital. Al congelarse las tarifas de los servicios públicos, se dejó de invertir. Es como si en vez de arreglar la casa cuando se rompe algo, el dinero para mantenimiento se destinara a salir al cine, a cenar o a irse de vacaciones. Llega un punto en que la casa se cae a pedazos y ya no queda margen para seguir la fiesta del consumo.
Por el lado del impuesto inflacionario para financiar el tipo de cambio competitivo, tuvimos la aparición de una inflación cada vez más aguda que las autoridades se encargaron de negar. Esa inflación fue comiendo tanto el tipo de cambio real como el salario real. Empezaron entonces los controles de precios, las prohibiciones de exportación, los aumentos de los derechos de exportación, etc. La idea era quitarle rentabilidad a las empresas para compensar la caída del salario real por efecto de la inflación.
El sector privado ya no tenía capacidad de financiar este nivel de gasto ni salarios cada vez más altos porque la rentabilidad extraordinaria del mercado cautivo se esfumaba por el deterioro del tipo de cambio real, el incremento de los costos internos y los aumentos de la mano de obra.
El Gobierno se fue enredando cada vez más. A medida que el Banco Central inflaba los precios emitiendo, las autoridades intentaban compensar la caída del salario real con controles de precios para luego pasar a medidas más agresivas como las prohibiciones de exportación de carne, granos, lácteos, etc. Estas medidas fueron creando un clima de desconfianza que espantó cualquier intento de inversión, al tiempo que destruyó sectores económicos enteros.
Desesperadas por más recursos intentaron aplicar la famosa 125 llevando al país a la parálisis por un capricho y revanchismo que está lejos del análisis económico, pero cerca de la psiquiatría o la psicología.
Rebotada la 125, la desesperación condujo a la confiscación de ahorros en las AFJP desatando el pánico de los agentes económicos dado que el Gobierno daba muestras de no reconocer límites para respetar la propiedad privada con tal de seguir drogando la economía. A más violaciones de la propiedad privada más fuga de capitales, retracción del consumo y menores estímulos a las exportaciones.
A la inconsistencia del modelo se le sumaron dos cosas: (a) un Kirchner gritando desde al tribuna como un desaforado y (b) una Cristina haciendo el ridículo en cada discurso. Esta combinación de discursos desaforados con la soberbia de la ignorancia generó pánico en los actores económicos. Digamos que a una mecha corta de la bomba de la inconsistencia económica, el matrimonio se encargó de hacerla aún más corta.
Por más que los pocos oficialistas que quedan insistan en echarle la culpa a la crisis internacional, la realidad es que el 98% de la crisis es pura incapacidad del matrimonio.
Si el Gobierno, desesperado por más recursos y negándose a la austeridad fiscal, atacó la propiedad privada. Si las autoridades del frente económico hicieron lo imposible para que las empresas no produjeran ni vendieran. Si Kirchner destruyó lo poco que quedaba del mercado de capitales confiscando los ahorros en las AFJP. Si, el sector agropecuario, que era el que podía mantenerle a flote la economía porque los precios de los commodities no habían bajado tanto, fue ninguneado por el Gobierno, era obvio que la economía iba a paralizarse.
Así, la pobreza resurgió con una fuerza inusitada por dos razones: (a) los salarios reales fueron licuados por la inflación que generó el Gobierno y (b) la desocupación mostró su desagradable cara ante la parálisis económica que indujo el comportamiento del Gobierno. Si el modelo era intrínsecamente inconsistente, el matrimonio se encargó de hacerlo explosivamente inconsistente.
¿Cuándo es pobre la gente? Cuando el ingreso que genera le alcanza para adquirir muy pocos bienes y servicios. ¿Y por qué sucede esto? Porque la economía produce pocos bienes, porque el salario se deteriora ante la inflación que produce el Estado y por el aumento de la desocupación.
La inflación era inherente al modelo económico y, por lo tanto, la carrera precios y salarios tenía que terminar en lo que terminó: caída del salario real. Los controles de precios, regulaciones y ataques a la propiedad privada produjeron una contracción de la producción de bienes y servicios, la otra pata del problema. Al producirse menos, aumentó la desocupación disparando la pobreza.
Si el modelo estaba basado en financiarse con el impuesto inflacionario y en atacar la propiedad privada por necesidad de recursos para el Estado y comportamientos primitivos en el manejo de la economía, era inevitable el problema de pobreza del que todos hoy se espantan.
Agotada la capacidad de financiamiento a través del sector privado de un gasto público cada vez más alto e ineficiente, se terminaron los recursos para subsidiar la energía barata, el gas barato y el transporte público barato, entre otros bienes abaratados artificialmente, y comenzaron a aparecer los tarifazos (los cuales, por cierto, todavía no terminaron).
La lógica económica más elemental indica que para que un país pueda eliminar la pobreza tiene que crear puestos de trabajo bien remunerados. Para crear esos puestos de trabajo se requieren inversiones competitivas. Es decir, inversiones que no surjan al amparo de privilegios, restricciones a la competencia, etc. Pero para que haya inversiones competitivas tiene que haber respeto por los derechos de propiedad, fuertes incentivos a la competencia y un Estado que no estorbe la producción. Como puede verse, no hace falta inventar la pólvora para acabar con la pobreza.
¿Qué hizo el gobierno de Kirchner? En vez de estimular la inversión con seguridad jurídica, previsibilidad en las reglas de juego e inserción de la Argentina en el mundo, tomó el camino inverso. Atacó la propiedad privada, aplicó un salvaje impuesto inflacionario a los sectores de ingresos fijos y se movió constantemente con medidas arbitrarias. El cocktail perfecto para hacer estallar la pobreza.
En el medio, lo que hizo fue disimularla gracias a los precios internacionales de los commodities, que le permitió apropiarse de una parte creciente de la renta del campo y consumiendo el stock de capital existente. Al comienzo del ciclo las empresas estaban felices porque tenían buena rentabilidad, pero esa rentabilidad se fue esfumando por mayor presión tributaria, precios políticos y medidas irracionales de todo tipo. Cuando se terminó de ahogar al sector productivo, estalló el problema de la pobreza. Por eso decía al comienzo de esta nota. Kirchner lo único que hizo fue reactivar artificialmente la economía ayudado por un excepcional contexto internacional. Lo que Kirchner no hizo fue hacer crecer la economía. Reactivar es poner en funcionamiento, transitoriamente, el stock de capital existente. Crecer es generar condiciones para atraer inversiones que amplíen la capacidad de producción y que aumenten la oferta de bienes y servicios.
¿Puede el gobierno de Kirchner dar vuelta esta situación? Luce bastante difícil porque ha perdido toda credibilidad y ya ha hecho tanto daño a la confianza de la gente que nadie está dispuesto a invertir en un país manejado por un matrimonio que, por decirlo de alguna manera, tiene serios descontroles emocionales.
La pobreza que hoy volvemos a ver es directa consecuencia de la soberbia, la incapacidad y el espíritu de venganza que dominan al matrimonio. Las medidas arbitrarias y la parálisis económica son solo la derivada de esa soberbia, incapacidad y espíritu de venganza dominante.
El diagnóstico anterior me lleva a otra conclusión. Argentina podría rápidamente salir de esta crisis económica. Ni siquiera hace falta un Adenauer para ponerla en funcionamiento. Con un mínimo de humildad, racionalidad y previsibilidad en las reglas de juego, no seríamos Irlanda, pero sí podríamos frenar esta lamentable decadencia.
Es curioso, pero me animaría a decir que, dados los comportamientos totalmente insólitos, los problemas institucionales que conducen a estas crisis económica y estallido de la pobreza parecen estar ligados a explicaciones de la ciencia de la psiquiatría más que a la ideología. Por eso, si esto fuera cierto, revertir la actual crisis podría resultar, tal vez, más sencillo que en las crisis anteriores a pesar del campo minado que está dejando el matrimonio.
Roberto Cachanosky es Profesor titular de Economía Aplicada en el Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica en el Master de Economía y Administración de CEYCE, y Columnista de temas económicos en el diario La Nación (Argentina).
La miseria que hoy volvemos a ver en la Argentina es consecuencia directa de la soberbia, la incapacidad y el espíritu de venganza de los Kirchner.
El problema de la pobreza está nuevamente sobre la mesa y algunos se preguntan cómo es posible que, luego de haber crecido durante 5 años a tasas chinas, volvamos a tener niveles de pobreza similares a los de la crisis del 2002. Para responder a este interrogante lo primero que hay que tener en cuenta es que Argentina no creció a tasas chinas durante 5 años, sino que tuvo una reactivación artificial en base a drogar la economía con una serie de distorsiones que, por un tiempo, generaron la ilusión del crecimiento a tasas chinas y reducción de la pobreza. Puesto en otras palabras, hoy estamos como el drogadicto después que le pasa el efecto de la droga: peor que antes de drogarse. De manera que, terminada la ficción, resurge la pobreza.
Hubo varios elementos que generaron la ilusión del crecimiento y el descenso de la pobreza. En primer lugar, con la devaluación del 2002 lo que se hizo fue licuar el gasto público en salarios y jubilaciones y se les dio a los productores locales un tipo de cambio alto que los protegía de la competencia externa. Se le entregaba un mercado chico para ellos solos. A esto hay que agregarle que, durante algunos años, disfrutaron de energía barata. Con costos de mano de obra bajos y energía artificialmente económica, la rentabilidad aumentó y se puso en funcionamiento el stock de capital que estaba paralizado por la recesión. No hacía falta hacer grandes inversiones para producir, solo era necesario pasarle el plumero a las máquinas que estaban paradas.
El segundo elemento que influyó en la reactivación fue la desconfianza en el sistema financiero, luego del corralito y el corralón, que hizo que mucha gente invirtiera en ladrillos reactivando la industria de la construcción aprovechando que el precio del metro cubierto de construcción era muy bajo medido en dólares.
Un tercer elemento vino del exterior con precios de commodities que tuvieron constantes alzas, así el sector agropecuario se encontró con un mejor tipo de cambio (a pesar de las retenciones que se establecieron en el 2002) y precios que superaban ampliamente los niveles de los 90.
Un cuarto elemento consistió en que el tipo de cambio alto hizo que Argentina fuera barata en dólares y el turismo receptivo se transformara en otro factor de dinamización de la economía.
El campo, la construcción, el turismo y el mercado interno para el sector industrial podían contratar más mano de obra porque era barata y esto hizo disminuir la tasa de desocupación.
Otro de los elementos que influyó para generar una sensación de bienestar económico fue el congelamiento de las tarifas de servicios públicos durante varios años. La gente podía acceder a energía, gas, transporte público, comunicaciones a precios artificialmente bajos.
A medida que las empresas iban recuperando rentabilidad gracias a los factores antes mencionados, el Estado empezó a otorgar incrementos de salarios. La famosa redistribución del ingreso. El salario empezó a ser menos barato a costa de una rentabilidad que todavía seguía siendo alta.
Pero el modelo tenía la semilla de su autodestrucción. Por un lado, el famoso tipo de cambio competitivo se financiaba con el impuesto inflacionario y, por otro, el fenomenal aumento del gasto público fue exigiendo una mayor presión impositiva hasta llevarla a niveles que ahogaron la actividad económica.
Parte del bienestar transitorio de la población se financió con consumo de capital. Al congelarse las tarifas de los servicios públicos, se dejó de invertir. Es como si en vez de arreglar la casa cuando se rompe algo, el dinero para mantenimiento se destinara a salir al cine, a cenar o a irse de vacaciones. Llega un punto en que la casa se cae a pedazos y ya no queda margen para seguir la fiesta del consumo.
Por el lado del impuesto inflacionario para financiar el tipo de cambio competitivo, tuvimos la aparición de una inflación cada vez más aguda que las autoridades se encargaron de negar. Esa inflación fue comiendo tanto el tipo de cambio real como el salario real. Empezaron entonces los controles de precios, las prohibiciones de exportación, los aumentos de los derechos de exportación, etc. La idea era quitarle rentabilidad a las empresas para compensar la caída del salario real por efecto de la inflación.
El sector privado ya no tenía capacidad de financiar este nivel de gasto ni salarios cada vez más altos porque la rentabilidad extraordinaria del mercado cautivo se esfumaba por el deterioro del tipo de cambio real, el incremento de los costos internos y los aumentos de la mano de obra.
El Gobierno se fue enredando cada vez más. A medida que el Banco Central inflaba los precios emitiendo, las autoridades intentaban compensar la caída del salario real con controles de precios para luego pasar a medidas más agresivas como las prohibiciones de exportación de carne, granos, lácteos, etc. Estas medidas fueron creando un clima de desconfianza que espantó cualquier intento de inversión, al tiempo que destruyó sectores económicos enteros.
Desesperadas por más recursos intentaron aplicar la famosa 125 llevando al país a la parálisis por un capricho y revanchismo que está lejos del análisis económico, pero cerca de la psiquiatría o la psicología.
Rebotada la 125, la desesperación condujo a la confiscación de ahorros en las AFJP desatando el pánico de los agentes económicos dado que el Gobierno daba muestras de no reconocer límites para respetar la propiedad privada con tal de seguir drogando la economía. A más violaciones de la propiedad privada más fuga de capitales, retracción del consumo y menores estímulos a las exportaciones.
A la inconsistencia del modelo se le sumaron dos cosas: (a) un Kirchner gritando desde al tribuna como un desaforado y (b) una Cristina haciendo el ridículo en cada discurso. Esta combinación de discursos desaforados con la soberbia de la ignorancia generó pánico en los actores económicos. Digamos que a una mecha corta de la bomba de la inconsistencia económica, el matrimonio se encargó de hacerla aún más corta.
Por más que los pocos oficialistas que quedan insistan en echarle la culpa a la crisis internacional, la realidad es que el 98% de la crisis es pura incapacidad del matrimonio.
Si el Gobierno, desesperado por más recursos y negándose a la austeridad fiscal, atacó la propiedad privada. Si las autoridades del frente económico hicieron lo imposible para que las empresas no produjeran ni vendieran. Si Kirchner destruyó lo poco que quedaba del mercado de capitales confiscando los ahorros en las AFJP. Si, el sector agropecuario, que era el que podía mantenerle a flote la economía porque los precios de los commodities no habían bajado tanto, fue ninguneado por el Gobierno, era obvio que la economía iba a paralizarse.
Así, la pobreza resurgió con una fuerza inusitada por dos razones: (a) los salarios reales fueron licuados por la inflación que generó el Gobierno y (b) la desocupación mostró su desagradable cara ante la parálisis económica que indujo el comportamiento del Gobierno. Si el modelo era intrínsecamente inconsistente, el matrimonio se encargó de hacerlo explosivamente inconsistente.
¿Cuándo es pobre la gente? Cuando el ingreso que genera le alcanza para adquirir muy pocos bienes y servicios. ¿Y por qué sucede esto? Porque la economía produce pocos bienes, porque el salario se deteriora ante la inflación que produce el Estado y por el aumento de la desocupación.
La inflación era inherente al modelo económico y, por lo tanto, la carrera precios y salarios tenía que terminar en lo que terminó: caída del salario real. Los controles de precios, regulaciones y ataques a la propiedad privada produjeron una contracción de la producción de bienes y servicios, la otra pata del problema. Al producirse menos, aumentó la desocupación disparando la pobreza.
Si el modelo estaba basado en financiarse con el impuesto inflacionario y en atacar la propiedad privada por necesidad de recursos para el Estado y comportamientos primitivos en el manejo de la economía, era inevitable el problema de pobreza del que todos hoy se espantan.
Agotada la capacidad de financiamiento a través del sector privado de un gasto público cada vez más alto e ineficiente, se terminaron los recursos para subsidiar la energía barata, el gas barato y el transporte público barato, entre otros bienes abaratados artificialmente, y comenzaron a aparecer los tarifazos (los cuales, por cierto, todavía no terminaron).
La lógica económica más elemental indica que para que un país pueda eliminar la pobreza tiene que crear puestos de trabajo bien remunerados. Para crear esos puestos de trabajo se requieren inversiones competitivas. Es decir, inversiones que no surjan al amparo de privilegios, restricciones a la competencia, etc. Pero para que haya inversiones competitivas tiene que haber respeto por los derechos de propiedad, fuertes incentivos a la competencia y un Estado que no estorbe la producción. Como puede verse, no hace falta inventar la pólvora para acabar con la pobreza.
¿Qué hizo el gobierno de Kirchner? En vez de estimular la inversión con seguridad jurídica, previsibilidad en las reglas de juego e inserción de la Argentina en el mundo, tomó el camino inverso. Atacó la propiedad privada, aplicó un salvaje impuesto inflacionario a los sectores de ingresos fijos y se movió constantemente con medidas arbitrarias. El cocktail perfecto para hacer estallar la pobreza.
En el medio, lo que hizo fue disimularla gracias a los precios internacionales de los commodities, que le permitió apropiarse de una parte creciente de la renta del campo y consumiendo el stock de capital existente. Al comienzo del ciclo las empresas estaban felices porque tenían buena rentabilidad, pero esa rentabilidad se fue esfumando por mayor presión tributaria, precios políticos y medidas irracionales de todo tipo. Cuando se terminó de ahogar al sector productivo, estalló el problema de la pobreza. Por eso decía al comienzo de esta nota. Kirchner lo único que hizo fue reactivar artificialmente la economía ayudado por un excepcional contexto internacional. Lo que Kirchner no hizo fue hacer crecer la economía. Reactivar es poner en funcionamiento, transitoriamente, el stock de capital existente. Crecer es generar condiciones para atraer inversiones que amplíen la capacidad de producción y que aumenten la oferta de bienes y servicios.
¿Puede el gobierno de Kirchner dar vuelta esta situación? Luce bastante difícil porque ha perdido toda credibilidad y ya ha hecho tanto daño a la confianza de la gente que nadie está dispuesto a invertir en un país manejado por un matrimonio que, por decirlo de alguna manera, tiene serios descontroles emocionales.
La pobreza que hoy volvemos a ver es directa consecuencia de la soberbia, la incapacidad y el espíritu de venganza que dominan al matrimonio. Las medidas arbitrarias y la parálisis económica son solo la derivada de esa soberbia, incapacidad y espíritu de venganza dominante.
El diagnóstico anterior me lleva a otra conclusión. Argentina podría rápidamente salir de esta crisis económica. Ni siquiera hace falta un Adenauer para ponerla en funcionamiento. Con un mínimo de humildad, racionalidad y previsibilidad en las reglas de juego, no seríamos Irlanda, pero sí podríamos frenar esta lamentable decadencia.
Es curioso, pero me animaría a decir que, dados los comportamientos totalmente insólitos, los problemas institucionales que conducen a estas crisis económica y estallido de la pobreza parecen estar ligados a explicaciones de la ciencia de la psiquiatría más que a la ideología. Por eso, si esto fuera cierto, revertir la actual crisis podría resultar, tal vez, más sencillo que en las crisis anteriores a pesar del campo minado que está dejando el matrimonio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario